Los residuos inertes son aquellos que no experimentan transformaciones físicas, químicas o biológicas significativas con el paso del tiempo. Esto significa que no se descomponen, no se queman ni producen reacciones peligrosas, y tampoco afectan negativamente a otros materiales con los que entran en contacto.
En la gestión de residuos, los inertes tienen un papel relevante porque, aunque no suponen un riesgo directo para la salud humana ni para el medio ambiente, generan un gran volumen que requiere infraestructuras de tratamiento y disposición adecuadas.
Se asocian principalmente al sector de la construcción y demolición (RCD), donde suponen hasta un 80 % del total de residuos generados.
Según la Decisión 2003/33/CE del Consejo Europeo, se consideran residuos inertes aquellos que:
En España, la Ley 7/2022 de residuos y suelos contaminados para una economía circular y el Real Decreto 105/2008 sobre RCD recogen obligaciones específicas para este tipo de residuos.
En cambio, no se consideran inertes materiales que contengan amianto, asfaltos con alquitrán, pinturas o disolventes, ya que pueden ser peligrosos.
Aunque los residuos inertes no sean peligrosos, su gran volumen los convierte en un reto. La economía circular plantea que los materiales de construcción deben mantenerse en el ciclo productivo el máximo tiempo posible, evitando su eliminación.
El reciclaje de hormigón y ladrillos como áridos reciclados es un ejemplo claro de cómo los residuos inertes pueden reincorporarse en nuevos procesos constructivos, reduciendo la huella de carbono del sector.
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