La etiqueta energética es una herramienta esencial en la lucha contra el cambio climático y la promoción de la sostenibilidad. Este sistema de clasificación, ampliamente utilizado en la Unión Europea y otros países, permite a los consumidores y empresas identificar la eficiencia energética de productos, edificios y sistemas, ayudando a tomar decisiones más informadas y responsables.
La etiqueta energética es un sistema de clasificación visual que informa sobre el nivel de eficiencia energética de un producto o instalación. Originalmente introducida por la Unión Europea en 1995, la etiqueta energética se ha convertido en un estándar global para evaluar el consumo de energía y el impacto ambiental asociado.
La etiqueta utiliza una escala de colores y letras, que van desde el verde (más eficiente) hasta el rojo (menos eficiente), junto con una calificación alfabética que varía de A (máxima eficiencia) a G (mínima eficiencia). En algunos casos, se incluyen etiquetas adicionales como A+, A++ o A+++ para reflejar niveles de eficiencia superiores.
El principal objetivo de la etiqueta energética es fomentar la transparencia y la conciencia ambiental mediante información clara y accesible sobre el consumo energético y las emisiones de carbono asociadas a un producto o sistema. De esta manera, los consumidores pueden optar por alternativas más sostenibles, mientras que las empresas se ven incentivadas a desarrollar productos más eficientes.
La etiqueta energética se basa en un análisis técnico que evalúa el rendimiento energético de un producto o sistema teniendo en cuenta factores como:
Por ejemplo, en el caso de los electrodomésticos, la etiqueta energética evalúa el consumo anual de electricidad y agua, mientras que en edificios analiza aspectos como el aislamiento térmico, la ventilación y el uso de fuentes de energía renovable.
En la Unión Europea, la etiqueta energética está regulada por el Reglamento (UE) 2017/1369, que establece los requisitos para el diseño ecológico y la información al consumidor. Este reglamento exige que ciertos productos, como electrodomésticos, sistemas de calefacción y refrigeración, y edificios, lleven una etiqueta energética obligatoria.
Además, las etiquetas energéticas deben ser verificables y auditables, lo que garantiza su fiabilidad.
La etiqueta energética está directamente relacionada con la medición de la huella de carbono, ya que ambos conceptos se centran en evaluar y reducir el impacto ambiental de productos y sistemas. La huella de carbono mide las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) asociadas a una actividad, mientras que la etiqueta energética evalúa la eficiencia con la que se utiliza la energía.
Por ejemplo, un producto con una calificación energética alta (A o B) generalmente tiene una huella de carbono menor en comparación con productos menos eficientes (D o G). Esto se debe a que los productos más eficientes consumen menos energía, lo que reduce las emisiones de GEI asociadas a su uso.
En el caso de los edificios, la etiqueta energética considera factores como el aislamiento térmico y el uso de energías renovables. Un edificio con una calificación energética alta no solo consume menos energía, sino que también emite menos CO2, contribuyendo a los objetivos de descarbonización.
La implementación de la etiqueta energética tiene múltiples beneficios tanto para los consumidores como para las empresas y el medio ambiente:
A pesar de sus múltiples beneficios, la etiqueta energética enfrenta algunos desafíos. Uno de ellos es la falta de conocimiento por parte de los consumidores sobre cómo interpretar correctamente la etiqueta. Además, la rápida evolución tecnológica exige actualizaciones constantes en los criterios de evaluación para reflejar los avances en eficiencia energética.
En el futuro, se espera que la etiqueta energética incorpore más información sobre el ciclo de vida completo de los productos, incluyendo la huella de carbono asociada a su fabricación, transporte y eliminación. Esto permitirá una evaluación más integral del impacto ambiental.
Herramientas como las que ofrece Manglai permiten a las empresas medir las emisiones de carbono en tiempo real y en todos los alcances (1, 2 y 3), incluyendo el análisis de datos relacionados con el consumo energético y la clasificación automática de facturas mediante inteligencia artificial. Estas funcionalidades son clave para identificar áreas de mejora y optimizar la eficiencia energética, lo que se traduce en una mejor calificación en la etiqueta energética.
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