El riesgo hídrico es la posibilidad de que la disponibilidad, calidad o acceso al agua se vean alterados de forma negativa, con impactos directos sobre personas, ecosistemas, economías y estructuras institucionales. Este riesgo puede materializarse como escasez, exceso (inundaciones), contaminación o conflictos sociopolíticos.
A diferencia de otros riesgos ambientales, el hídrico es transversal y multifactorial: afecta tanto a la seguridad alimentaria como a la energética, al crecimiento económico, la salud pública y la estabilidad geopolítica. Por eso, el Foro Económico Mundial lo ha situado de forma recurrente entre los cinco riesgos globales más relevantes de la última década.
Incluye sequías prolongadas, agotamiento de fuentes subterráneas, inundaciones o eventos extremos. Afecta directamente al volumen y a la calidad del agua disponible.
Surge de cambios en políticas públicas, normativas ambientales o exigencias de concesión y uso del agua. Puede traducirse en restricciones de captación, subidas tarifarias o exigencias de vertido más estrictas.
Se refiere a la percepción social del uso del agua por parte de una empresa o institución. Puede derivar en protestas, campañas de boicot, pérdida de licencia social o litigios comunitarios.
Estos riesgos se potencian entre sí. Por ejemplo, una sequía (riesgo físico) puede generar tensiones con comunidades (riesgo reputacional), y provocar nuevas normativas restrictivas (riesgo regulatorio).
La medición requiere combinar herramientas cuantitativas y cualitativas:
Integrar estos datos en matrices de riesgo facilita la toma de decisiones estratégicas, tanto para actores públicos como privados.
La gestión del riesgo hídrico exige una visión holística. No basta con responder a las crisis: hay que anticiparse.
Las estrategias más efectivas combinan tres ejes:
El agua ya no puede ser gestionada como un recurso técnico aislado. Es una variable crítica del sistema económico, ambiental y social. Los estados que no gestionan su riesgo hídrico de forma estructural verán comprometida su estabilidad política, su seguridad alimentaria y su desarrollo económico.
Por el contrario, aquellos actores, públicos o privados, que anticipen y aborden estos riesgos con rigor y visión de futuro estarán mejor preparados para operar en un siglo XXI marcado por el estrés hídrico, la emergencia climática y la transformación de los modelos de producción.
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La adaptación climática engloba medidas y ajustes en sistemas naturales, humanos y productivos para reducir los daños potenciales derivados del cambio climático y aprovechar posibles oportunidades.
La adaptación hídrica es el conjunto de estrategias, infraestructuras y políticas destinadas a reducir la vulnerabilidad de sistemas humanos y naturales a la variabilidad y al cambio en los recursos hídricos.
Conoce qué es el agua no facturada, cómo se mide según la IWA, las tecnologías de detección de fugas y los modelos de negocio que permiten recuperar la inversión en menos de 5 años.
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